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III

MI DOMA

Empezaba yo á ser un hermoso potro; mi pelo era fino y suave, y de un negro brillante como el azabache. Era calzado de una mano, y tenía una pequeña estrella en la frente. Mi amo estaba orgulloso de mí, y no pensaba venderme hasta que tuviera cuatro años, pues decía que así como los muchachos no deben trabajar como los hombres, los potros no deben trabajar como los caballos, hasta que estén bien desarrollados.

Cuando cumplí los cuatro años, el caballero Gordon vino un día á verme; examinó detenidamente mis ojos, mi boca y mis patas; me hizo marchar al paso, trotar y galopar en su presencia, y pareció quedar complacido de mí.

—Cuando esté bien domado —dijo,— será un hermoso animal.

Mi amo le dijo que pensaba domarme él mis-