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Página:Azabache (1909).pdf/240

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bra, en la mano; cuando se apeó, montaron dos señores que desearon ir al Parque del Regente; al cruzar una esquina, después de dejarlos allí, se presentó una señora de edad, muy asustada, que nos hizo conducirla al Banco, y esperarla allí para volverla á su casa; y tan pronto como se apeó, un caballero de cara redonda y colorada como un queso de Flandes, y con un gran lío de papeles en la mano, llegó, casi sin aliento, abrió por sí mismo la portezuela, y precipitándose en el coche, gritó con una voz que parecía un cañonazo:

-¡A la estación de policía de la calle del Arco, pronto! con lo que salimos trotando. Hicimos una ó dos carreras más, y regresamos al puesto, donde no encontramos ningún otro carruaje. Perico me puso la cebadera, porque, según él decía, en días como aquél era preciso comer cuando se podía, y hallé en ella un buen pienso de avena con algún afrecho humedecido, que, si cualquier día hubiera sido un buen regalo, entonces fué un restaurador excelente. Era aquel hombre tan cuidadoso en todo, que no era posible que caballo alguno dejara de hacer por él cuanto estuviera en sus facultades. Sacó luego una torta de las que Paulina hacía, y colocándose en pie á mi lado, empezó á comerla. Las calles estaban concurridísimas, y los coches, con