la vez y caí pesadamente sobre uno de mis costados, pareciéndome que lo repentino y fuerte del golpe arrancaron de mi cuerpo el último aliento. Permanecí inmóvil, pues no tenía fuerzas para hacer otra cosa, y creí firmemente que había llegado para mí la hora de morir y descansar. Oí una especie de confusión á mi alrededor, voces descompuestas y ruido como de descargar el equipaje, pero todo me parecía un sueño. Creí oir también una voz dulce y suave que decía:
—¡Oh! ¡pobre animal! ¡lo hemos matado!
Otro decía:
—Está muerto; no se volverá á levantar.
Uno me quitó el engallador, y otro me aflojó la cincha; pero yo permanecía con los ojos cerrados y respirando apenas. Me arrojaron agua fría sobre la cabeza, y me echaron una manta encima. No sé el tiempo que había permanecido así, cuando sentí que me volvía la vida, y que la bondadosa voz de un hombre me hablaba y me animaba á levantarme. Me hizo tragar algunas gotas de un cordial, y después de dos ó tres tentativas, pude ponerme en pie, siendo conducido con mucho cuidado á una caballeriza que había cerca. Allí me colocaron en una cuadra con buena cama, y me dieron á beber una tisana caliente, que apuré con ansiedad.
Por la tarde me hallé suficientemente resta,