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—Siempre ha sido usted nuestro buen consejero con respecto á caballos —dijo la más alta,— y su recomendación es muy valiosa para mí. Si mi hermana Elvira no tiene inconveniente, lo probaremos, y doy á usted las gracias por ello.

Quedó convenido que al siguiente día mandarían su cochero á buscarme.

Por la mañana se presentó un joven que parecía muy listo; al principio le gusté; pero cuando vió mis rodillas pareció muy desencantado.

—Nunca creí, señor Valladares —dijo,— que usted recomendase á mis señoras un caballo con semejante tacha.

—Joven, no hable usted antes de tiempo —contestó mi amo;— el caballo va á prueba, y estoy seguro de que ha de quedar usted contento de él; pero si no fuese tan seguro como cuantos caballos haya manejado, devuélvamelo.

Fuí conducido á mi nueva casa, y puesto en una buena cuadra. A la mañana siguiente, cuando el cochero estaba limpiándome la cara, dijo:

—Tiene una estrella igual á la que tenía Azabache, y es de su misma altura. ¿Dónde estará aquél ahora?

Continuando la limpieza se fijó en el pequeño nudo que había quedado en mi cuello en el punto por donde me sangraron. Dió un brinco y em-