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beza por la reja de la cuadra inmediata; sus orejas estaban inclinadas hacia atrás, y su mirada parecía como de mal genio. Era una yegua alta, castaña, con el cuello largo y hermoso; me miró fijamente, y me dijo:

—Por lo que veo, es usted el que me ha desalojado de mi cuadra; no deja de ser extraño que un potrejo como usted venga á echar á una señora de su propia habitación.

—Perdone —le contesté,— yo no he echado á nadie; el hombre que me condujo me puso aquí, y nada tengo que ver con ello; y en cuanto á lo de ser un potrejo, diré á usted que he cumplido ya cuatro años, y que soy por lo tanto un caballo hecho y derecho. Jamás he tenido palabra alguna con mis compañeros, sean hembras ó varones, y mi único deseo es vivir en paz con todo el mundo.

—Bueno —dijo,— veremos; por de contado que yo tampoco desen tener palabras con un mozalbete como usted.

Después no le contesté.

Por la tarde, cuando aquélla salió, Alegría me contó lo que había en el particular del cambio de cuadras.

—Es el caso —me dijo,— que Jengibre tiene la mala costumbre de morder y patear; por eso le han puesto ese nombre. Cuando estaba suel-