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ta en la cuadra que usted ocupa, pateaba muchísimo. Un día mordió á Jaime en un brazo, hasta hacerle sangre, y desde entonces, las señoritas Flora y Josefina, que me quieren mucho, cogieron miedo á venir á las caballerizas. Acostumbraban traerme siempre alguna cosa buena que comer, ya una manzana, una zanahoria, ó un pedazo de pan; pero desde aquel suceso no se atrevieron á volver, y las echo mucho de menos. Espero que ahora volverán de nuevo, si usted no muerde ni patea.

Le dije que no acostumbraba morder más que la hierba, el heno y el grano, y que no podía explicarme el placer de Jengibre en portarse tan mal.

—Yo no creo que halle placer en ello —me contestó Alegría,— y sí que es sólo un mal hábito adquirido; dice que nadie ha sido bueno nunca con ella, y en ese caso, ¿cómo no ha de morder? Por de contado que es una mala costumbre; pero, si es verdad todo lo que ella cuenta, debe haber sido muy maltratada, antes de venir aquí. Juan hace cuanto está en su mano por complacerla, y Jaime lo mismo; el amo, por su parte, jamás usa el látigo, mientras un caballo se porta bien; de modo que creo que aquí cambiará su genio. ¿No cree usted lo mismo? —y añadió con una mirada inteligente,— yo tengo doce años de