hice apresurar el paso. Opino, señor, que nunca ha sido asustado ni maltratado en su juventud.
—Está bien —dijo el caballero;— yo lo probaré mañana.
Al día siguiente me montó, en efecto. Tuve presente los consejos de mi madre y de mi antiguo dueño, y procuré hacer exactamente todo lo que éste deseó que hiciera. Observé que era un buen jinete, y cuidadoso del caballo. Cuando regresamos y desmontó, su señora salió á recibirlo.
—¿Qué tal, querido —le dijo,— te gusta?
—Es, en un todo, lo que Juan ha dicho —contestó,— y no puede pedirse nada mejor. ¿Qué nombre le pondremos?
—¿Le llamaremos Pájaro negro, como al viejo caballo de tu tío?
—No; éste es mucho más bonito que aquél.
—Llamémosle pues, Azabache. ¿Te parece bien?
—Muy bien; le cuadra perfectamente; desde hoy se llamará Azabache.
Y así fué. Cuando Juan me llevó á la caballeriza, dijo á Jaime que los amos me habían puesto un nombre muy bonito, y aquél le contestó:
—Si no fuese porque nos traería recuerdos tristes del pasado, yo le hubiera llamado Favori-