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tenía que estar encerrado en una cuadra día y noche, á excepción de cuando me sacaban para el trabajo, y aun entonces tenía que permanecer tranquilo como un caballo viejo, con correas, por aquí, correas por allá, un bocado puesto, y unas anteojeras á los lados de mis ojos. No es esto quejarme, pues comprendo que así debe ser; pero sólo quiero decir que para un caballo joven, lleno de vigor y de fuego, que ha estado acostumbrado á la libertad de una extensa pradera donde podía levantar la cabeza, enderezar la cola y galopar á todo su placer, resoplando con sus compañeros, es muy dura la esclavitud del pesebre. Algunas veces, cuando había hecho menos ejercicio que el de costumbre, me sentía tan lleno de vida y tan deseoso de saltar, que al sacarme para dar un paseo, apenas podía permanecer quieto; á haber podido hacer lo que quisiera, habría brincado y hecho mil cabriolas, y reconozco que más de una sacudida di á Juan, sin poderlo remediar, sobre todo á la salida; pero él era siempre bueno y sufrido.

—Quieto, muchacho —me decía;— espera un poco y daremos una carrerita para que se te quiten las cosquillas de las piernas.

Y en efecto, tan luego como salíamos del pueblo, me ponía al trote largo y me hacía volver fresco y libre de la intranquilidad con que había