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—Nada— me contestó, moviendo su pequeña cabeza;— es sólo que he estado dando una lección á esos jovencitos, que parece no saben cuándo es bastante para ellos y para mí, y he tratado de hacérselo comprender, poniéndolos varias veces en el santo suelo.

—¿Qué dices? —le pregunté admirado;— ¿te has atrevido á despedir á las señoritas Josefina y Flora? Nunca pude esperar semejante cosa de ti.

Me miró como altamente ofendido, y prosiguió:

—Nada de eso; no lo haría por el mejor pienso de avena que pudieran ofrecerme; soy tan cuidadoso de mis señoritas como puede serlo nuestro amo, y en cuanto á las otras niñas, yo soy quien las estoy enseñando á montar, deteniéndome cuando veo que se hallan inseguras ó asustadas sobre mí, y marchando con tanta suavidad y cuidado como un gato viejo al ir cazando un pájaro, acelerando otra vez el paso cuando las veo seguras en la montura, á fin de que se vayan acostumbrando. No se moleste usted en predicarme sobre el particular, pues soy el mejor amigo y el mejor maestro de equitación que esas niñas y niños pequeños pueden tener; pero en cuanto á los mayores, esos zagalones —añadió sacudiendo su crin,— la cosa varía de especie; necesitan ser domados, lo mismo que lo hemos