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IX
JAIME DURANGO
Una mañana de diciembre, Juan acababa de hacerme entrar en la cuadra y me estaba echando encima una manta, mientras Jaime me traía el pienso, cuando vimos que el amo se acercaba á las caballerizas; parecía estar serio, y traía un papel en la mano. Juan cerró por fuera mi cuadra, se quitó la gorra, y esperó órdenes.
—Buenos días, Juan —dijo el amo;— necesito saber si tienes alguna queja de Jaime.
—¿Queja, señor? Ninguna absolutamente.
—¿Es trabajador, y respetuoso contigo?
—Sí, señor, siempre.
—¿No has notado que descuide su trabajo cuando vuelves la espalda?
—Nunca, señor.
—Está bien; pero necesito saber otra cosa. ¿Tienes motivos para sospechar que cuando sa-
Azabache.—6
Vol. 377