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uno de los caballos, recomendándole que no llevase la pipa consigo. Torres negó haberla llevado, pero nadie lo creyó. Recordé la invariable regla de Juan Carrasco, de no permitir á nadie entrar en las caballerizas con la pipa encendida, y comprendí que aquella regla debería ser observada por todo el mundo.

Jaime vió que los techos y toda la parte alta de las caballerizas habían venido al suelo, quedando sólo las paredes ahumadas; dos pobres caballos que no pudieron ser sacados, murieron quemados entre los escombros.