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ñeza con que todo lo observaba. Tampoco podia ser uno de tautos merodeadores, venidos de la frontera, porque, como ya lo ha demostrado, se hallaba sin armas, y los bandidos que infestaban aquellas comarcas no iban sin ellas.

«Alli» se detuvo y «alli» cayó rendido; bebió, con ansia, del agua manantial y, reclinando la cabeza al pie del tron- co de aquel árbol, cruzó los brazos y cerró los ojos.

Y era á él á quien «la gran espia de la tribu charrua, la invocadora de Añd-gualpo contra los malditos cristia- nos,» rastreaba.