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mas sonatas. Nada, lo dicho —añadió Marcet,—es necesario" que le busques un piano lo más pronto posible...

Al día siguiente, los tres camaradas, sin Alvarez, se reunieron en la librería, como tenian por costumbre ha- cerlo.

Marcet los habla esperado impaciente para explanarles su plan. Habia llegado el momento de que «aquel gallego» las pagara todas juntas.

¿Cómo? Arriaga debia buscar una casa retirada del centro y alquilarla, bajo cualquier pretexto, por unos dias.

Cuando llegara el momento oportuno, Alzaga invitaría á Alvarez 4 irá aquella casa, con objeto de mostrarle el piano, y una vez que fuera...

—Le daremos un susto mayúsculo..., nada más que un susto, para que entregue la mosca. Si se resiste, entonces le tomamos las llaves, lo dejamos encerrado y después le diremos que es una broma—concluyó Marcet.

Alzaga y Arriaga, sobre todo Arriaga, aplaudieron el plan, y este último volvió, á los pocos días, con la noticia de que ya tenía la casa alquilada.

Nada más á propósito: en la calle de Esmeralda, y en- tre la de las Torres y la Piedad, frente al antiguo Hospital de Betlemitas, por donde no pasaba un alma de noche, propiedad de una señora conocida, la viuda de Lafranca, «misia» Eduvigis Berois.

Casa de altos, con la escalera junto á la puerta.

Sala, dos piezas interiores, lotrina, cocina...

De acuerdo con las instrucciones de Marcet, Arriaga la habla alquilado condicionalmente por unos dias, mientras llegaba el coronel Dehesa de Córdoba, que era quien se la había encargado.

Si á éste le gustaba, bien, y sino... trato deshecho.

¡Magnífico!

¡No se podía quejar Marcet de su discípulo!..

Ahora no habia más que esperar el momento oportuno en que se tuviera la seguridad de que los corredores de «aquel infeliz» le llevaran dinero, mucho dinero, de las letras cumplidas, á fines ó principios de mes; y para ello,

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