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  Sonó á punto el «¡partenza!» Ella, dudando,
sobre· mi pecho reclinó la frente;
yo la abracé callando,
se unieron nuestros labios dulcemente,
acercóse la máquina silbando
y un ¡adios! escuché largo y doliente.



En tanto que arrastrándose en la vía
volaba el mónstruo de cabellos rojos,
un lienzo en él flotando se veía;
lo conocí: tenía
la cifra humedecida por mis ojos!


Hoy en la soledad que me rodea,
léjos de cuantos amo,
pensando en la quietud de aquella aldea,
ave dormida, desperté al reclamo.
¿Qué habrá sido de Blanca? Yo lo ignoro;
de su hermosura envuelta entre las galas,