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tadas, y en ellas enseñan diversas facultades, sobre tres que, sin estipendio alguno, presiden dos Religiosos de mi P. S. Francisco y uno de mi P. Sto. Domingo: muchas personas condecoradas ó por su cuna ó por sus empleos: un crecido número de comerciantes, que con la preciosidad de los frutos de la tierra (señaladamente el del añil), han hecho opulentos caudales y enriquecido á otros reinos; y una copiosa multitud de plebe, en que habia muchos insignes artífices, particularmente en los artes de música, pintura, escultura, platería, talla y arquitectura, en que podian competir con las naciones as cultas; y tomando el número de toda clase de personas que residian en Guatemala, computábase en mas de setenta mil. No son de omitir aquí, para que se vea mejor la grandeza de esta Capital, dos privilegios singulares que goza, y gozan pocas: uno, el de tener manifiesto y patentemente expuesto al culto público, el Divinísimo Sacramento del Altar, circulando por todas las Iglesias su sacramental presencia en todo el año y con indulgencias concedidas por Su Santidad á los que ocurriesen à adorarle. El otro, tener Casa de Moneda, en que se acuña oro y plata; que uno y otro la distinguen y ensalzan sobre otras ciudades, aun capitales.

Esté es solo un diseño, un borron dela noble, magnífica, opulenta y deliciosa Ciudad de Guatemala. Pero ¡ó dolor! que cuando mas gozosa se recreaba en las cumbres de su gloria: cuando lisonjeada de la fortuna, aspiraba, ambiciosamente inquieta, á mayor dicha; cuando, creyendo afianzada en rocas incontrastables la màquina toda de su grandeza, pretendía, pisando las líneas de la florida Corte, remontar sus vuelos sobre las ciudades mas famosas de Europa: cuando mas suntuosa por sus fabricas, populosa por su vecindario, opulenta por su comercio, respetuosa por sus tribunales, celebrada por sus letras, distinguida por sus blasones, era la gloria de sus hijos, albergue de los agenos; entónces le promulgáron su ruina y desolacion los Hados. Cayó la. corona que