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sus ojos. No pudieron éstos negarse al llanto, porque no hubo corazon, aun de aquellos que pueden apostar dureza con los bronces, que esta vez no se rindiese al dolor, á la pena, al sentimiento. Lloró Scipion, viendo destruida entre las voracidades de un incendio á Cartago. Lloró David y todo su ejército (1. Reg. 30, 4), hasta agotar todos los caudales del llanto, mirando reducida á cenizas, por los Amalecitas, à la ciudad de Siceleg. Y hasta en Cristo, virtud divina, se descubrieron las flaquezas de hombre, en un tierno, dolorído llanto (Luc. 19, 41), cuando previó desolada y postrada en tierra por los Romanos, á Jerusalen: que esto de ver con sereno rostro, ó celebrar con afectos de complacencia la desolacion de una ciudad, es impiedad reservada à la inhumanidad de un Neron, aquel mónstruo de la naturaleza, que no satisfecho con ser fiera entre los hombres, pasó à ser cruelísimo entre las fieras. ¿Cual sería, pues, el dolor, cuàl el llanto de los habitadores de Guatemala, viendo enteramente arruinada à su amada pàtria, oscurecida su gloria, abatida su grandeza, su hermosura afeada, su verdor marchito? Apareció aquel dia Guatemala, un destrozado cadàver, digno verdaderamente de las mayores lástimas, la que poco ántes era centro apacible de las delicias; á manera del cuerpo, que despues de los combates de una sangrienta y prolongada batalla, queda en el campo no solo exánime, pero herido todo y despedazado. No habia en toda ella parte sana, ni fortaleza que, á las repetidas baterías del terremoto no se rindiese: los edificios que no quedáron enteramente postrados y batidos, salieron de la contienda tan lastimados, tan desflaquecidos, tan maltratados, que luego se reconocieron incapaces de remedio, porque aparecieron tan inútiles al reparo, como al uso.

Algunos (donde menos desahogó el temblor sus fúrias) se conserváron en pié; pero las aberturas hendidas de las paredes, la dislocacion de sus partes, el descuaderno de sus encajes, lo desrotado de sus enlaces, daban