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al Soberano y amor al público, no desatendieron los respetos de la piedad, practicando muchas obras suyas, ayudando à los desvalidos, acogiendo à los desamparados, socorriendo á los pobres y practicando cuanto les inspira el zelo y la caridad en beneficio del comun; singularmente de aquellos que se alojaron en los sítios ò barrios, en que tenian sus respectivas habitaciones dichos señores. En el átrio de nuestro Convento, tenia la suya (como lo estuvo ántes en sus inmediaciones, la destruida casa que ocupaba) el Sr. Dr. D. Basilio de Villarrassa, promovido á plaza del Crímen de la imperial de Méjico, cuyas obras de piedad y religion, fueron esta vez tan singulares, como notorias al público y señaladamente á nuestros Religiosos, en quienes ejerció no pocas. Visto el infeliz suceso de Guatemala y el inmenso piélago de amarguras en que quedaron engolfados sus habitadores, y pudiendo este señor volver las espaldas á tantas lastimas, para ni padecerlas en sí y en su familia, ni verlas padecer à otros, emprendiendo el curso al lugar de su destino, suspendió, solo por coadyuvar al remedio de tantos males, su partida, y ordenando á fin tan noble y piadoso todas sus acciones, fué infatigable en procurar el alivio de la asolada República, su trabajo; porque, cumpliendo con la misma exactitud, que ha acreditado siempre, los ejercicios públicos á que le llamaba su empleo, daba lugar, sin quejas de la justicia, à otros que, estimulado de una caritativa piedad sobre su genial eficàcia, ejercia privadamente en los menesterosos. Notando entre las conturbaciones de aquella melancólica y siempre memorable tarde del 29 de julio, que las Religiosas de los Monasterios de Sta. Catarina y Sta. Teresa, desamparados sus destruidos cláustros, vacilaban no sabiendo qué rumbo tomar por las calles; las acogió el Sr. Villarrassa en un rancho que, con anticipacion y con motivo de los primeros temblores que se habian comenzado á esperimentar desde el mes de mayo, habian erijido en el átrio de nuestra Iglesia, los Comisionados de los cinco

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