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cho Religioso, quien, aunque falleció aquel mismo dia, logró ántes la asistencia y servicio personal de dicho Señor. Y ejerciendo en él, aun despues de muerto, los oficios de piedad, dispuso que, asociado de dos cadáveres de unos infantes, el suyo, se le diese sepultura; à cuyo fin, desdeñándose otros de cavar la tierra, por parecerles ejercicio indecoroso y denigrativo, aun à personas de mediana esfera, no se dedignó, ni juzgó afrenta á la suya, tomar en las manos un azadon y con él dar los primeros golpes en el suelo; con cuyo ejemplo, deponiendo avergonzados otros el pundonor, no tuvieron ya rubor, ni empacho de hacer lo mismo, hasta abrir competente cavidad, que dió sepulcro á los defuntos cuerpos; y despues à otros catorce, de varias edades y ámbos sexos, que por órden y en concurso del Sr. Oidor, se enterraron en el mismo átrio. El otro Religioso, en quien acreditó los nobles afectos de su piedad dicho Señor, fuè el lego sacristan de nuestro Convento, Fr. Manuel Valverde. Hallábase este Religioso, adolesciendo de una enfermedad tan aguda, que le tenia decumbente y aun prevenido con la espiritual refeccion del Sagrado Viático, para hacer su jornada á la eternidad, en una pieza contigua á su oficina; cuando ésta, con lo restantes de la Iglesia y Convento, cayó à impulsos del tremendo terremoto; y aunque no le tocáron, ni hicieron en él lesion alguna los fragmentos, sostenidos asì los de la cuadra en que yacia, como los de la habitacion alta que tenia sobre sí, en unos pedazos de pared que se conservaron; le impidieron la salida, cuando las flaquezas de su dolencia se lo permitieron: creyeron todos, que la opresion de las ruinas le hubiese acelerado la muerte, á que con pausas le iba conduciendo su achaque; pero unas voces lánguidas que se percíbieron, dieron aviso de que estaba vivo; y aunque fueron muchos los que las oyeron, nadie tomaba la resolucion de sacarlo, faltando á todos valor para meterse en los peligros, hasta que, animados a persuasiones del Sr. Villarrassa, acompañado el R. P. Prior de nuestro