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Cañas y barro

arroz, no vivir de la pesca como el tío Paloma, que era el barquero más viejo de la Albufera; y solo—pues su familia únicamente le ayudaba á temporadas, cansándose ante la grandeza del trabajo—iba rellenando de tierra, traída de muy lejos, la charca profunda cedida por una señora rica que no sabía qué hacer de ella.

Era empresa de años, tal vez de toda la vida, para un hombre solo. El tío Paloma se burlaba de él; su hijo le ayudaba de vez en cuando para declararse cansado á los pocos días, y el tío Tono, con una fe inquebrantable, seguía adelante, auxiliado únicamente por la Borda, una pobrecilla que su difunta mujer sacó de los expósitos, tímida con todos y tenaz para el trabajo lo mismo que él.

—¡Salud, tío Tono, y no cansarse! ¡Que cogiera pronto arroz de su campo!

Y la barca se alejó sin que el testarudo trabajador levantase la cabeza más que un momento para contestar á los irónicos saludos.

Un poco más allá, en una barquichuela pequeña como un ataúd, vieron al tío Paloma junto á una fila de estacas, calando sus redes para recogerlas al día siguiente.

En la barca discutían si el viejo tenía noventa años ó estaba próximo á los cien. ¡Lo que aquel hombre había visto sin salir de la Albufera! ¡Los personajes que tenía tratados!... Y agrandadas por la credulidad popular, repetían sus insolencias familiares con el general Prim, al que servía de barquero en sus cacerías por el lago; su rudeza con grandes señoras y hasta con reinas. El viejo, como si adivinase estos comentarios y se sintiera ahito de gloria, permanecía encorvado, exami-