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Cañas y barro

te. No quería ver las despreciables tierras que cultivaba, pero las tenía fijas en su memoria y reía con diabólico gozo al saber que los negocios de Tono marchaban mal. El primer año le entró salitre en los campos, cuando estaba granándose el arroz, y casi perdió la cosecha. El tío Paloma relataba á todos esta desgracia con fruición; pero al notar en su familia la tristeza y alguna estrechez á causa de los gastos que habían resultado improductivos, sintió cierto enternecimiento y hasta rompió el mutismo con su hijo para aconsejarle. ¿No se había convencido aún de que era hombre de agua y no labrador? Debía dejar los campos á la gente de tierra adentro, dedicada de antiguo á destriparlos. Él era hijo de pescador, y á las redes había de volver.

Pero Tono contestó con gruñidos de mal humor, manifestando su propósito de seguir adelante, y el viejo volvió á sumergirse en su odio silencioso. ¡Ah, el testarudo!... Desde entonces deseó toda clase de calamidades para las tierras del hijo, como un medio de domar su orgullosa resistencia. Nada preguntaba en casa, pero al cruzarse su barquichuelo en el lago con las grandes barcazas que venían de la parte del Saler, se enteraba de la marcha de la cosecha y sentía cierta satisfacción cuando le anunciaban que el año sería malo. Su testarudo hijo iba á morir de hambre. Aún tendría que pedirle de rodillas, para comer, la llave del antiguo vivero con la montera de paja desfondada que tenía junto al Palmar.

Las tormentas á fines del verano le llenaban de gozo. Deseaba que se abriesen las cataratas del cielo; que viniera de orilla á orilla aquel ba-