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LAS BELDADES DE MI TIEMPO

señor don Juan Pedro Esnaola; los que daré a la estampa en el momento de su resurrección esperada.

Eran muy buenas, y por ende, muy frecuentadas las tertulias que nos daba el señor don Juan Bautista Peña, el hombre de rostro más adusto en la calle, y el mas agradable, ameno y comunicativo en su casa, calle de Corrientes, en cuyas reuniones habia siempre un buen servicio de te o cafe; y al finalizar la temporada nos obsequio una noche con una cena puramente argentina, de un rico caldo, reparador de las fuerzas perdidas en la danza, después de tanto batallar en los valses y contradanzas durante la fiesta [1].

¡Pero una noche!... ¡noche inolvidable! El dueño de casa se excedió a si mismo, y nos dió una sorpresa. .. ¿A que no se figuran ustedes con lo que nos obsequió?

¿Se dan por vencidas?

Pues allá va... nos presentó una rica carbonada, que nos la comimos. ¡Qué digo, nos la comimos... nos la devoramos, dejando los platos y la fuente que la contenia, como si la hnbieran lavado en el agua Prat; imitando en esto a los franceses que, después que se tragan los trozos, limpian los platos con el pan, y quedan como recién sacados de la fábrica.

Ahora, para terminar este capitulo, ya muy extenso, recordemos la gran casa de la señora doña Flora Azcuénaga, cuyos extensos salones estaban tapizados de Tizús calentados en invierno, a falta de chimenea, que no se usaba, por grandes copones

  1. Los francescs nos han traido como una una novedad esto del caldo a las horas postreras de un baile; ya lo ven, mis lectoras— nada hay de nuevo sino es la futileza del hombre... lo llaman consomé... creo que es porque dejan recocer la carna o la gallina para que largue toda la sustancia. Contra la moda no hay autoridad que quede en pie ni la de la Academia.