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una gran pesadéz en la cabeza y quedó exánime en la silla donde estaba sentado.

—¿Qué tal mi veneno? dijo Jaime.

—Admiro su actividad: contestó su amigo.

—Voy á esconder el cadáver.

Jaime, cargó sobre sus hombros à Pedro y se alejó con él.

Un minuto despues volvió solo.

—¿Has ocultado bien el cadáver?

—Lo he arrojado al pozo de balde.

—Vales un Perú.

—Ahora al sótano: he sacado del bolsillo de Pedro la llave de la casa.

—Al sótano: dijo Aguilar, y ambos se dirigieron á él.

Llegaron á casa de Mercedes, y el jugador indicó à su cómplice el camino que conducia al sótano, y le ayudó á bajar á él; pues la falta del brazo le hacia necesitar un apoyo.

Mientras Jaime, sostenia a Aguilar con la mano derecha, para que bajase la escalera, con la izquierda sacó de uno de los bolsillos de su levita una cuerda perfectamente enrrollada. Ligero como el pensamiento ató à D. Blas, y arrastrándolo hasta llegar al madero le dijo, poniéndole el puñal al pecho.—Silencio, querido amigo, ó eres muerto!

—¿Qué haces Jaime? dijo temblando el asesino.

—Una palabra mas, y te degüello querido amigo.