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—Pues entonces todo está hécho: tenga Vd. la bondad de seguirme a donde están su novia y amigos. Cárlos ofreció su brazo al padre Anselmo y se encaminaron á incorporarse à los demas.

Así que se presentaron el sacerdote y Cárlos, Eduardo dijo:

—Señores: tengo el gusto de presentar á ustedes en el señor D. Càrlos Prado, al salvador generoso de mi vida: voy á esplicarme. Atravesábamos el Sena varios jóvenes, en una pequeña embarcacion. Cárlos iba entre nosotros; pero aislado de nuestra sociedad, estaba sentado á la popa de la pequeña barca, hundido al parecer en profundas meditaciones. De repente una fuerte ráfaga de viento vino á arrancar el sombrero de mi cabeza. Yo por defenderlo caí al agua, y hubiera perecido entre las bonitas ondas del poético rio que cruza la hermosa capital de Francia, si nuestro meditabundo compañero no se hubiera arrojado á él con gran riesgo de su vida: desde ese momento estrechamos una amistad, que ligada por los vínculos de la gratitud sera eterna.

—Yo creo querido Eduardo, dijo Cárlos, que tengo motivos para estarte mas grato que si te debiera la vida.

—No se lo qué quieres decir, querido amigo.

—Preguntalo á tu hermana.

—Vamos Mercedes: ¿quieres tener la bondad de decirme lo que este señor me debe?

—Esto: y la madre del desvalido tomó una ma-