Al bajar á la vereda, llamó en voz baja.
—Manuel !.
—Señor ? contestó un negro que atravesó de la acera de en frente.
—Toma mi capa, anda á casa y esperame hasta que vuelva del teatro, que tengo que darte algunas órdenes.
—Muy bien señor, contestó el negro tomando la capa, y amo y criado se separaron.
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Càrlos y Arturo, con ayuda de los gemelos, habian recorrido é inspeccionado todos los rostros de que estaba coronada la cazuela del teatro de la Victoria, y no habian encontrado entre ellos el de Camila, á quien como el lector sabe habia privado de asistir á las funciones de esa noche una repentina enfermedad de su tia.
—Soy de opinion Cárlos, dijo Arturo á su amigo, que salgamos á la puerta, que si vienen alli podremos saludarlas.
Cárlos obedeciendo maquinalmente á su amigo lo acompañó a la puerta del teatro.
Harian ocho ó diez minutos que ambos amigos estaban apostados en ella cuando se apareció un individuo, cuya figura y trage vamos á describir ligeramente.
Era este un hombre como de cincuenta años de edad. Su estatura algo mas que mediana y su cuerpo bastante grueso. Un entrecano y recortado bigote cubria su labio superior, contribuyendo á