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El mashorquero trabajaba por rodear à la infeliz costurera con la negra sombra de la miseria, para dar mas valor al oro que la mano del jugador debia presentar ante sus ojos.

A la infeliz Camila, no quedaba mas que un débil recurso para mitigar en un tanto su acerba situacion.

Este era la venta de sus pobres muebles.

Tal era el estado de la desgraciada costurera, cuando oyó la voz de su tia que la llamaba.

—Camila!......

—Señora? contestó la jóven desde un rincon de la sala, a donde se habia retirado à dar un desahogo á su corazon, dando libre curso á sus copiosas y mal contenidas lágrimas.

—Mira, Camila, dijo la enferma con desfallecida voz, necesito hablar .... con Mercedes.... manda á su casa .... á llamarla .... la necesito mucho.... muchísimo.

Salió Camila y transmitió á la sirvienta la órden que su tia le acababa de dar, y regresó á su lado.

—Como se siente usted, tia?

—Mala Camila.... muy mala.... el arbol débil de.... mi ecsistencia.... arrancado de raíz.... por el vendabal.... impetuoso de.... los años.... se inclina al suelo.... La muerte.... se aproxima á este lecho.... con pasos de gigante.

—Pero el médico dice que la enfermedad de usted, no es de tanta gravedad.