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Despues de cerradas ambas, levantóse Cárlos y abriendo el cajon de su escritorio, tomó de él un par de pistolas. Introdujo una baqueta en el cañon de cada una de ellas, examinó las càpsulas y despues de cerciorarse de que estaban bien cargadas las guardó en sus bolsillos, y emprendió un paseo por su habitacion.

—Voy á batirme: decia Cárlos, y ¿por quien?

¿Por una muger que me ha vendido vilmente?

¿Por una muger à quien no dejarà ni un vago recuerdo la muerte que como único remedio á los tormentos de mi alma, voy á buscar en el duelo? ¡Voy á batirme! ¡Y porque? Porque siento circular por mis venas la ponzoña de los celos, porque siento en mi corazon una sed abrasadora de venganza, porque en medio del frenesí de mi desventura, en medio de la fiebre que me devora siento la necesidad de matar ó morir. ¡Matar ó morir! Si mato...... ¿iré á ofrecer á esa muger una mano teñida en la sangre de su amante? Si muero.... ¿el recuerdo de mi muerte, irá alguna vez á herir la mente de la muger que sacrificó mi existencia? ¡Camila! ¿Iras á verter una lágrima sobre la tumba que abrió á mis pies la felonia de tu alma? ¿Iras acaso á soborear tus placeres sobre el césped que cubra la tierra que me separará para siempre de las falsedades del mundo, sobre la fria losa que cual muda mortaja cubrirà los despojos del amante vendido?

¡Horrible situncion!