—Mi negro, mi sirviente.
—¿Ves como no es bueno juzgar por las apariencias? dijo el segundo vecino al oído del primero.
—Aqui no hemos visto ningun negro, señor.
—Que hora tienen ustedes?
—Seràn las once y media.
El negro Manuel se presentó en la habitacíon.
—Por que has tardado tanto? preguntole Aguilar.
—Porque el señor D. Jaime estaba jugando con otros señores y me hizo esperar.
—Viene Jaime esta noche?
—Dice que no podrá venir hasta mañana.
—Corre y dile que venga ahora mismo.
—Señor cuando yo me vine, él quedó jungando. Por el modo con que me recibió, creo que estaba perdiendo y es muy capaz de levantarme la tapa de los sesos si vuelvo á incomodarlo; pero ¿qué tiene usted señor está enfermo?
—Si no te hubieras demorado tanto, grandísimo bribon, no me hubieran hallado solo los ladrones y no me veria ahora con un brazo menos.
—Que dice, señor, por Dios?
—Anda donde te mando.
El negro se alejó y media hora después volvió con Jaime.
—Me dice tu negro que estas herido Blas, dijo Jaime al entrar.
—Señores: pueden ustedes retirarse; les doy