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tó en una de las concavidades que habian dejado sus ojos.

Jaime se mordió las labios hasta hacerse sangre y sus ojos brillaron de un modo sinestro.

Esta espresion de su fisonomia desapareció en el acto y una sonrisa de calma, asomó falsa á sus pálidos labios.

—Guárdame esas prendas: te prometo que no quitaré de ahí mi cuchillo hasta que sea necesario quitarlo; para clavarlo en la garganta de Càrlos.

—Pues es preciso sacarlo pronto, porque está hincando los ojos de este-pobre: respondió Jaime con un acento irónico.

—Colocó el cráneo en la caja y sacó de ella un puñado de onzas.

—¿Piénsas poner onzas de oro en lugar de botones en tú nuevo vestido? preguntó Aguilar; que veia que su amigo sacaba mas oro del necesario para comprar un trage.

—Lo que pienso hacer, es pagar á mis acreedores por dos motivos.

—¿Cuales son?

—El primero: porque para abandonar el juego necesito pagar á mis compañeros, ya sabes que las deudas del juego son sagradas.

—Está bien: ¿y el segundo motivo?

—Es que necesito pagar algunas otras cuentitas porque ya ves que no tendría mucha gracia que estando yo à los piés de la bella Mercedes declarándole mi amor, vinieran á prenderme por deudas.