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Campaña y guarnición


de los Estados de Nuevo León y Coahuila, y en el que se había formado el general Zaragoza desde subalterno hasta coronel, por cuya razón llevaba su nombre, que se le acordó después de la muerte del vencedor de los franceses frente á Puebla. Era el batallón más reputado del ejército, y con sobrada razón: fué el único cuerpo que después de toda la larga y encarnizada guerra de tres años llamada de la Reforma, entre liberales y clericales, y después de toda la guerra sin cuartel contra los franceses é imperialistas, desplegó con orgullo la misma bandera con que había salido á campaña en 1857. Esta había sido bordada por las señoritas de Monterey para que la tremolaran con altivez en los campos de batalla, simbolizando la libertad y el progreso de su pueblo, y con la que, diez años después, entraba el Zaragoza victorioso en la capital de la República, libre ya de retrógrados vencedores y del invasor extranjero.

En la segunda jornada que hacia desde su salida de Querétaro, la tropa venía algo pesada á pesar de no haber hecho sinó siete leguas, lo cual no fatiga mucho al andador infante mejicano, pero ello era debido al calor sofocante y al polvo que levantaba al marchar. El batallón caminaba por hileras de cuatro en fondo y con bastante holgura entre fila y fila. El coronel se hallaba á la cabeza entre la banda lisa y la compañía de granaderos, jinete sobre un soberbio caballo doradillo de pura raza de cazar zorros. Era un jefe que había servido en la guerra de sucesión de los Estados Unidos, donde llegó al empleo de coronel, combatiendo contra la esclavitud y á favor de la democracia. Los soldados tenían entera fe en él y á pesar del gran respeto que les inspiraba, profesábanle un gran cariño lleno de confianza ingénua, y hasta podría decirse que había entre ellos la familiaridad del compañerismo.