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El Ratoncito


El coronel se había fijado que uno de los tambores llevaba en sus brazos un perrito, que ya conocía por haberlo visto muchas veces entre los de la banda lisa. El tal animalito era de color amarillo sucio, cuatro ojos, como se dice comunmente, patas cortas, rabón y cuerpo recio. No se dejaba ni acariciar por soldado alguno, á no ser tambor ó corneta del cuerpo, pues por todos los demás sentía la más profunda indiferencia cuando no se le hacía caso, y se mostraba rehacio cuando se le pretendía halagar.

—-Ramos, ¿qué demonios te propones al llevar en tus brazos á ese perro?—preguntó el coronel al tambor.—Me parece que debieras tener de sobra con tu mochila, carabina y caja.

—Señor coronel, si es el Ratoncito.

—Ya le conozco, pero el llamarse así no creo que constituya un derecho para qne lo carguen durante las marchas, y digo esto, porque veo que lo llevan alternativamente, relevándose como si fuera un acto de servicio obligatorio.

—Es que lo queremos tanto! nos parece que fuera el hijo de la banda, y como nos entretiene despues de la jornada, no queremos que se nos canse haciendo marchas que tienen que ser fatigosas para el pobrecito, por la mucha tierra suelta que hay en el camino; también consideramos lo cortas que son sus patitas.

—Ha de haber gato encerrado, dijo el coronel, pues había observado algunas ligeras sonrisas y guiñadas de inteligencia cambiadas entre los de la banda.

—No crea, mi coronel, es el animalito más inofensivo que pisa sobre la costra de la tierra, como asegura el sargento Cano, tan instruido en lo que se relaciona con la vida de los perros. Además, pertenece al sargento, quien lo quiere como á las niñas de sus ojos, por haber sido criado por la difunta su mujer, lo que hace que aumente nuestro cariño por el Ratoncito.