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Campaña y guarnición


que había estado y cuatro buracos que le habian acomodado en el cuerpo las balas enemigas, yo le contaría al suyo, probándolo con testigos como lo manda la ley, que ella andaba maleando con la banda lisa; y como el sargento Torres, por mncho menos le dibuja los lomos á rebencazos, se condolió de nuestra aficción y averiguó todo lo que queriamos saber.

—¡Hola! y de qué medios se habían valido para burlar la vigilancia de puerta, y el registro de inspección personal?

—No le digo, mi coronel, por medio del contrabandista más hipócrita: el Ratoncito. La mujer del tambor Freyre, estaba esperándolo en el almacén de la vuelta, donde había comprado aguardiente mezcal, con el que llenó una tripa gruesa y como de dos varas de larga; luego que los de la banda calcularon que era tiempo para que estuviese pronto el contrabando, principiaron á correr por el patio al contrabandista, el que á una señal dada salió corriendo á la calle y se dirigió como flecha al almacén. La Josefa, lo tomó, desatándole el cuero del perro de aguas, lo desbalijó de los trapos con que estaba cubierto, y en su lugar colocó la tripa llena de aguardiente, volviéndole á asegurar la piel del honrado difunto, que ahora servía en manos de unos perversos como encubridora de acciones ilegales. Una vez terminada la operación, le dió un terrón de azúcar para halagar su vicio de goloso, y en cuanto lo hubo comido emprendió el trote en dirección al cuartel; llegó á la puerta y luego que vió el paso libre se metió corriendo á la cuadra de la banda lisa, donde le aliviaron de la carga, que no sólo compraban para su uso particular, sinó para venderlo caro á los que estaban en el cuartel sin poder salir.

—Es un medio ingenioso, aunque no es nuevo; no me han de hacer á mi de esas jugarretas.

—No cacarée mucho, mi coronel, mire que no es bueno vana-