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Era tal el dominio que ejercia sobre ellas, que al verla todas se sosegáron, tratando de disimular aquella tormenta de alcohol que tenian en la cabeza.

—Nosotros tambien hemos estado de fiesta, le dijo Lanza, para atajar con tiempo cualquier cargo.

Estuviéron unos jóvenes que pagáron algunas botellas de champagne y no lo hemos pasado mal, sin contar el buen negocio.

Como doña Emilia no venia en estado capaz de apreciar el estado de aquellas cabezas, todo prometia marchar bien.

Pero el diablo del amor metió la cola y lo echó todo á perder.

Olvidando toda prudencia, por la pasion que Lanza le inspiraba y turbada por el vino, doña Emilia se acercó al jóven y le dió un fuerte abrazo, en medio de las mas cariñosas expresiones.

Lanza devolvió el abrazo á doña Emilia, haciéndole notar su imprudencia en voz baja.

Anita, á quien la vista de doña Emilia habia excitado de una manera poderosa, pensó que aquellas palabras que el jóven le decia al oido eran palabras de amor, saltando sobre ellos como una leona.

No podia desencadenarse la tormenta de una manera mas impetuosa.

Anita, trémula por la ira que la dominaba, con los ojos dilatados por el despecho y los celos, se prendió de doña Emilia y la arrancó del lado de Lanza con una fuerza que no se habria sospechado en ella.

Lanza quedó un momento embargado por el asombro, y sin darse exacta cuenta de lo que le pasaba.

Aquella era su ruina ineludible, porqué era inevitable la escena terrible que iba á seguirse.

Doña Emilia, que no se esperaba agresion semejante y cuyas piernas no estaban mas firmes que su cabeza, tomada de improviso, dió dos vueltas en el aire y fué á caer sentada en el suelo.

Las otras muchachas al ver aquello soltáron una estruendosa carcajada y una de ellas se puso á aplaudir frenéticamente, miéntras doña Emilia, enredada en su sombrilla, abanico y demas accesorios de paseos, trataba de ponerse en pié sin poderlo lograr.

Lanza, aturdido aun, no sabia á quien acudir primero, si á doña Emilia para ayudarla á levantarse, ó á Anita que lo miraba alternativamente de una manera amenazadora.

Trató de disimular cuanto pudo, y poniéndose del lado de su conveniencia, se precipitó á ayudar á doña Emilia á levantarse, miéntras murmuraba á su oido:

—Esa infeliz está borracha perdida, no sabe lo que hace.

Doña Emilia logró al fin ponerse de pié, pero en un estado lamentable y ridículo.

La gorra se le habia venido sobre las narices y su trenza postiza á medio desprender, caía sobre su hombro en una expresion risueña.