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Y eran realmente formidables los puñetazos que doña Emilia sacudia á la jóven.

La sangre habia empezado á correr con abundancia de la chocolata de las combatientes, cuyas caras parecian un tejido de arañazos.

Y Lanza rodaba por el suelo hecho trenza con ellas y sin poderlas separar.

Las otras muchachas que hasta entónces solo habian sido espectadoras risueñas, viniéron á tomar parte en la lucha, prendiéndose de Lanza para que este soltara á Anita y que esta pudiera sacudirle libremente á doña Emilia.

La lucha entónces tomó proporciones formidables y el escándalo creció de una manera tremenda.

Doña Emilia y Anita, aunque seguian aplicándose sendos puñetazos, ya no se hacian mal, porqué estaban rendidas de fatiga y los brazos ya no tenian fuerza.

Lanza no habia salido ménos mal parado, porqué doña Emilia que lo acusaba de ser el culpable de todo aquello, siempre que podia, le soltaba un arañazo de primera fuerza, diciéndole:

—¡Tóma canalla! ¡tóma, traicionero infame! ya que te has puesto en amores con otra, para que asi me falten al respeto.

Sabe Dios en qué habria parado todo aquello sin la intervencion de una fuerza extraña que por medio del miedo calmara los ánimos.

De pronto se sintiéron en la puerta fuertes golpes, y una voz imperiosa y breve que decia:

—Abran la puerta al comisario de la seccion.

Aquello fué como un sálvese quien pueda.

Cada una de las muchachas disparó para su cuarto, tan rápidamente como se lo permitió la tranca.

Doña Emilia enfiló al suyo, miéntras Lanza, arreglando rápidamente el desórden de sus ropas y de su cabeza, acudió á abrir la puerta.

El comisario penetró al Casino, seguido de un oficial de calle y la puerta volvió á cerrarse al mundo de curiosos que habia en la vereda.

El comisario habia penetrado bruscamente y miraba á todas partes creyendo que se trataba de un crímen, creencia en que lo confirmó el aspecto de Lanza y algunas manchas de sangre que se veian en su ropa.

—¿Qué es lo que ha sucedido aquí? preguntó tomando á Lanza de un brazo, persuadido que aquel era el criminal.

—No es nada, señor, respondió este en un detestable español; no ha sucedido nada.

—¿Cómo no ha sucedido nada? ¿y las personas que estaban aquí gritando y forcejeando como si lucharan?

—Estan en sus cuartos, señor, pero no han hecho nada.

Las muchachas se habian enojado con la patrona, y usted sabe lo que son las mujeres! estaban algo pesadas de la cabeza y se han estado insultando.

—¿Y esa sangre? volvió á insistir el comisario, señalando la