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que se veía en los vestidos de Lanza; ¿y esos arañazos y señales de lucha?

—La sangre es de las narices de las muchachas, que se han dado unos puñetazos.

Los arañones me los hiciéron al querer desapartarlas, pues desde el primer momento traté de hacerlo así.

—Vamos á ver á esas muchachas, dijo el comisario sin soltar á Lanza; así sabremos pronto si es cierto lo que usted dice.

Lanza guió en el acto á comisario y oficial al cuarto de la patrona, que era el primero.

Esta trataba de componer su semblante terriblemente estropeado, y sus ropas hechas girones y llenas de sangre.

La lucha y el miedo infundido por la presencia de la Policía, habian disipado su tranquita, de manera que pudo responder claramente á las preguntas del comisario.

Y le explicó como todo no habia sido mas que una pelea entre mujeres y por cuestion de mujeres, que ya habia pasado.

Presentes las demas, el comisario pudo constatar que era verdad cuanto se le habia dicho, causándole profunda gracia el lastimoso y ridículo estado de las combatientes.

Como todo estaba apaciguado y concluido y no habia pasado de un escándalo á puerta cerrada, el comisario les aplicó la multa correspondiente, añadiendo la siguiente prevencion:

—Tengan la bondad de no empezar de nuevo, porqué si se repite el escándalo, entónces me pondrán en el deber de llevarlos presos.

—No tenga cuidado, señor, que no se ha de repetir, exclamó doña Emilia, contenta de verse tan bien librada.

—Yo respondo del órden al señor comisario, añadió Lanza, pues á la que vuelva á empezar, llamo al vigilante y se la entrego.

Una vez que el comisario se hubo retirado, Lanza volvió á cerrar la puerta y todos se fuéron al interior de la casa, para que no pudiera sentirse desde la calle lo que hablaban.

Reunidos todos en una pieza interior y á puerta cerrada, se armó la verdadera discusion, pero mas tranquila y ménos contundente, porqué solo se trataba de establecer los hechos y restablecer las posiciones de cada uno.

A las otras se les habia pasado la tranca, pero Anita estaba tan borracha como en el primer momento.

Doña Emilia supo entónces como se habia producido todo, y muerta de ira y de celos sin saber todavía el estado de la relacion de los dos jóvenes, reprendió á Lanza por su proceder.

Fué entónces que Anita le declaró que era su amante, que lo era desde hacia mucho tiempo, y que si le hacia creer á ella que la queria, era tan solo para sacarle la plata y nada mas.

Doña Emilia se puso lívida de ira al saber aquello, que tenia que ser cierto puesto que no solo la jóven lo declaraba delante de Lanza, sinó que las otras corroboraban el dicho de Anita.

—¡Es mentira! ¡son cosas de borrachas! exclamó Lanza, tratando aún de componerlo todo.