Página:Carlo Lanza - Eduardo Gutierrez.pdf/106

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido validada
— 106 —

Así es que cuando vió volver á Lanza, toda su ira se trocó en sentimiento y empezó á reprocharle su proceder de la manera mas amarga.

—Lo que has hecho conmigo es perverso, es malvado, le dijo, y no has de tardar en lamentarlo tú mismo, porqué es esa misma Anita por quien me has engañado, la que ha de castigarte.

Esa es una criatura maldita y viciosa de quien no has de ser la primera víctima, ni la última tampoco.

Dentro de poco no mas te ha de abandonar por algun otro que halague mas sus pasiones depravadas ó su amor desmedido al dinero, y si es verdad que la quieres, probarás entónces lo que vale un desengaño del corazon.

Yo no te ódio, Lanza, por lo que haces conmigo, pero yo te digo que Anita será la encargada de vengarme.

Siento no mas que me hayas engañado, porqué yo te queria y por tí hubiera hecho todos los sacrificios de la vida.

Y rompió á llorar con mas amargura que nunca.

La escena cambiaba por completo, trocándose en elegíaca, despues de haber sido eminentemente guerrera.

El mismo Lanza estaba conmovido ante el dolor verdadero de la vieja.

—Si yo te echo de mi casa, añadió ella, no es por hacerte mal, ¡líbreme Dios de ello! te he querido demasiado para eso.

Te pido que te vayas y que te vayas ahora mismo, primero porqué tu vista me haria un mal espantoso, y segundo porqué tu presencia aquí renovaria el escándalo á cada momento.

Esa muchacha es muy insolente y no la he de retener conmigo; en cuanto encuentre donde estar, saldrá tambien de mi casa, no tengas duda.

Tan profundo era el dolor de la vieja, que el mismo Lanza se sentia conmovido, ápesar de la expresion ridícula que ofrecia la cara de aquella, llorosa, tierna y surcada de arañazos y mataduras.

Era el dolor elevado á su categoría mas cómica.

Las otras muchachas hacian esfuerzos formidables para contener la risa que estallaba en sus fisonomías.

Todas tenian esa malquerencia del empleado al patron que lo trata mal, y miraban con un placer íntimo el descalabro sucedido.

Lo único que sentian era que la ida de Lanza importaba para ellas muchos dias de placer perdido.

—Por Anita no hay nada que temer, dijo Lanza, porqué duerme profundamente, y de una tranca como la que ella tiene no se sale en veinte horas de sueño.

Sin embargo, si usted lo exije me iré ahora mismo; en cualquier parte se puede pasar una noche.

—Puedes quedarte hasta la madrugada, sollozó doña Emilia, que así siempre será ménos el escándalo.

Pero es preciso que cuando esa puerca se levante no te encuentre en casa.