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Página:Carlo Lanza - Eduardo Gutierrez.pdf/107

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El Casino se abrió aquella noche muy tarde, y eso para los parroquianos de mayor confianza solamente.

Doña Emilia no estaba en estado presentable y ganó su cuarto diciendo que estaba enferma y mandando se dijera igual cosa de Anita.

Como el escándalo habia sido famoso y habia trascendido en el barrio, todos sabian ya que en el Casino se habia producido una barufa de primer órden, y todos exigian de la cosa los mayores detalles, detalles que las otras muchachas daban, descalabradas de risa.

Lanza creyó prudente concluir con la jarana, porqué tenia que arreglar sus cosas, y cerró el Casino á la hora en que otras noches la concurrencia estaba en su apogeo.

A medida que pasaba el tiempo, lamentaba mas la lijereza de Anita.

Ocho dias mas de paciencia y él podia haberse retirado del Casino llevándose una buena suma, que doña Emilia no habria tenido inconveniente en aflojarle.

Sin enbargo, este contratiempo hasta cierto punto estaba compensado con el placer que le causaba la posesion de Anita, á la que amaba cada vez mas, porqué aquel mismo escándalo no era otra cosa sinó la consecuencia del amor que le tenia la jóven.

Esta, como lo habia previsto Lanza, no se despertó en toda la noche.

Estaba narcotizada por la bebida y el cansancio.

Lanza estuvo arreglando sus baúles todo el resto de la noche, y acomodando entre ellos y sin que nadie lo viera, algunas prendas de Anita, que doña Emilia podia oponerse á que fueran sacadas.

Cuando amaneció, todos dormian; la misma doña Emilia habia sida vencida por aquel dia de emociones para ella y dormia profundamente, á juzgar por sus ronquidos que se oian de todas las piezas.

Cuando hubo amanecido y hubo empezado el movimiento de la calle, Lanza llamó dos changadores, é hizo trasportar con ellos su equipaje á su cuarto de hombre solo, que desde aquel dia se convertiria en nido de amor.

Esto le iba á traer algunas dificultades, desde que él habia alquilado para hombre solo, pero eran dificultades pasageras y fáciles de remediar.

Ya Lanza iba conociendo el país lo bastante para perder ese miedo feroz que al principio habia tenido á la autoridad policial.

A las ocho de la mañana ya estaba instalado en su nido, esperando la llegada de la gentil Anita y preparándolo todo para que á su llegada no tuviera la menor dificultad ni la mas simple incomodidad.

Eran las doce del dia cuando llegó esta sonriente y llena de alegria, seguida tambien de sus baúles.

Las luchas y arañazos de la noche anterior habian alterado algo la plácida belleza de su fisonomía, pero esto tambien era pasagero.