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chos de ellos hasta su casa, ávidos de saber donde vivia la bella Anita, que al fin y al cabo miraba con íntimo placer aquellos galanteos callejeros que estaban en su modo de ser; no creyendo con esto ofender el amor propio de Lanza, y mas de una vez se detuvo en la puerta á entablar con su seguidor animarlo diálogo.

Aunque por el momento nada le faltaba, ella veia que Lanza no tenia dinero, que cada dia se volvia mas triste y hasta llegó á sospechar que anduviera entretenido en algunos otros amores.

¿Qué tendria esto de particular en un hombre jóven y buen mozo como su amante?

Ella no habia tenido por el jóven una pasion verdadera, de aquellas que hacen arrostrar á una mujer toda clase de sinsabores por el amor del hombre que quieren.

Su cariño para el jóven habia tenido mucho de especulativo, pues á su lado pensó mejorar de posicion y pasar una vida mas cómoda y regalada.

Así es que cuando se convenció que el jóven no tenia mas dinero que aquel que estaba en su poder, que disminuia siempre sin reserva, empezó á sentir que su amor se enfriaba rápidamente.

Y así en el dia, cuando Lanza se ausentaba á lo que él llamaba sus negocios, léjos de desear verlo volver, deseaba que tardase lo mas posible, para tener tiempo de entregarse á sus galanterias y sus paseos.

Ya tenia un buen número de pretendientes que no solo la asediaban en todas partes, sinó que le regalaban con insistencia.

Eran conocedores del género, y sabian que con dádivas conseguirian mas que con amores.

Lanza, que no podia sospecharse lo que pasaba en el espiritu de Anita, y que positivamente estaba enamorado de ella, andaba cada vez mas aflijido.

El estado de su capital, disminuido hasta la miserable suma de mil pesos, lo habia sumido en la mayor desesperacion y desconsuelo.

Era imposible seguir viviendo de aquella manera y era forzoso hacer algo para conseguir dinero.

Desesperado y viendo que el momento fatal se le venia encima, Lanza acudió á los avisos de los diarios.

Y los recorrió todos con inmensa avidéz, pero no encontró nada que pudiera convenirle.

Solo habia un aviso pidiendo un cochero en una casa de familia, donde se ofrecia un buen sueldo, pero donde tambien se exigian recomendaciones.

—Peor es nada, pensó Lanza con infinito dolor, siquiera con esto aseguro la materialidad de la vida de Anita, y despues Dios dirá.

Y se soltó á la casa indicada en el aviso, que era la de la opulenta familia de Lima.

Lanza miró con agrado el aspecto de la casa, porqué una familia que vivia así, debia pagar muy bien á sus servidores.