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jera: Anita, el hombre á quien amas es incapaz de ganar ni siquiera el pan que necesitas para no morirte de hambre?

Tuve vergüenza, tuve miedo y acepté lleno de reconocimiento el empleo de cochero que se me proporcionaba, y te aseguro que lo mismo hubiera aceptado otro mas degradante si se me hubiese proporcionado.

Por no mortificar tu amor propio, hice todo lo posible para ocultarte mi empleo, te lo oculté cuanto pude y te lo hubiera ocultado siempre.

Pero ya que la casualidad te ha hecho conocer la verdad, no me queda mas remedio que confesarla.

En ello no hay nada de vituperable para mí; lo he hecho por el amor que te tengo, y nada mas.

Ahora no hay mas que tener paciencia y sufrir un poco mas.

Tengo en la cabeza proyectos que me harán rico de un momento á otro, no lo dudes.

En mí hay la tela de un millonario y tengo mas fé en mi porvenir que en la vida eterna.

Cualquiera otra mujer se hubiera sentido conmovida ante aquella confesion de Lanza.

Pero en Anita no podia producirse esta impresion, porqué ella, ántes que su amor, amor que ya no sentia por Lanza, miraba sus intereses.

Aquella confesion, para ella, importaba lo siguiente:

Por ahora y en mucho tiempo, es preciso que te resuelvas á vivir del sueldo miserable de un cochero, porqué mis fuerzas no alcanzan para mas.

Tendrás que llenar tú misma las mas incómodas necesidades de la vida, porqué aquel sueldo apénas alcanza para la casa y la comida, en la esperanza que algun dia podamos mejorar la situacion.

Del otro lado, librándose de Lanza, tenia dinero y todos los placeres que hacen grata la vida.

La eleccion no era pues dudosa para una mujer como Anita.

Adoptó su resolucion interiormente y siguió fingiendo un llanto amargo y una conformidad que estaba muy léjos de sentir.

—En situaciones peores que esta me he visto en mi vida, decia Lanza buscando de consolar á su amante, y he llegado á la fortuna cuando ménos lo esperaba.

La vida sin luchas y sin alternativas no tiene aliciente, porqué la absoluta felicidad no permite experimentar las impresiones que la embellecen.

Así, el que nunca ha pasado necesidades y pobrezas, no puede apreciar las inmensas ventajas del dinero y lo que su posesion importa.

Tú no sabes esto, Anita, porqué todavía no has sentido una necesidad que no hayas podido llenar.

Ya verás como en medio de la opulencia vienes á bendecir tu miseria y á recordar con supremo placer esta misma posicion de cochero que hoy tanto te ha hecho llorar.

Anita habia secado sus lágrimas y parecia escuchar con placer la palabra de Lanza.