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Y el jóven, que llevaba en el cupé una soberbia yunta, dió órden á su cochero de no pasar adelante del landó, pensando que Lanza tal vez pudiera conocer el baúl que iba en el pescante, teniendo buen cuidado de no comunicar á Anita este pensamiento para que no se asustara mas.

Así siguiéron siempre el cupé detras del landó hasta que llegáron á Palermo.

El landó dobló hácia Palermo y el cupé siguió por el camino de Belgrano, imprimiendo entónces el cochero á los caballos, toda la rapidez de trote de que eran susceptibles.

—Miéntras él anda haciendo dar vueltas por Palermo á sus patrones, nosotros estaremos ya plácidamente instalados en nuestro alojamiento, dijo el jóven.

Diez minutos despues, la amante pareja llegaba al hotel Watson, desde donde el jóven despachaba á su cochero con las siguientes palabras:

—Puedes irte no mas, Juan, y cuidado con que ni Cristo sepa lo que hemos hecho esta tarde.

Atraido por el título de nuestro folletin, este jóven ha de leerlo indudablemente, y grande será su maravilla al vernos poseedores del mas íntimo secreto de su aventura con Anita, echando tal vez la culpa á su cochero Juan.

Una vez instalados en las piezas que habia tomado, lo primero que hizo fué pedir de comer lo mejor que pudiera servírsele á aquella hora, de lo que se encargó agradablemente el mozo, que habia tomado olor á buena propina.

Nada distrae el espíritu como la buena mesa en buena compañía, y con esto habia contado el jóven para hacer olvidar á Anita su miedo.

Un cuarto de hora despues, la jóven no pensaba en Lanza para nada.

El buen vino le habia entonado el espíritu de una manera fabulosa.

Conversaba alegremente con su jóven amante, refiriéndole con sus mas minuciosos detalles la graciosa historia de sus amores con Lanza, y la manera como habian salido del casino, creyendo ella que iria á gozar de una vida independiente sin que nada le faltara, y sin sospechar la miserable esclavitud y pobreza á que habria quedado entregada, si no hubieran sido los amores del jóven.

Cuando llegáron al champagne, Anita habia reaccionado en su miedo de tal manera, que era la primera en hacer farsa de las debilidades y pretensiones de fortuna de Lanza.

Era el justo pago á los verdaderos sacrificios que por su amor indudablemente habia hecho Carlo.

Dejemos gozar de su luna de vino á esta pareja que no volveremos á hallar mas en el curso de nuestro relato, y volvamos á Lanza, que no tenia la menor sospecha de su desventura.