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Tal vez ellas tuvieran un dato mas, pero era precisamente este dato mas el que Lanza temblaba de conocer.

Lanza temia que Anita se le hubiera ido para siempre, pero pensaba que ningun motivo tenia para proceder así.

No habian tenido el menor disgusto, ni siquiera un cambio de palabras desagradables.

¿Por qué entónces Anita habia de írsele así, abusando de su cariño y de su buena fé?

No habia pues razon de pensar en una fuga, sinó en un accidente, en alguna desgracia que le hubiese pasado en la calle.

Lanza, vencido por la angustia, se sentó sobre la cama á meditar un momento sobre lo que debia de hacer.

Y fué al reclinar la cabeza sobre la almohada, que vió el papel escrito con lápiz que le dejara Anita.

Lo tomó y leyó ávidamente, dando un gran puñetazo sobre la mesita así que hubo terminado su lectura.

Lanza reaccionaba y aquel profundo dolor se iba convirtiendo en una ira formidable, por lo mismo que no tenia contra.

¿Cómo podia haberse ido Anita á Montevideo dejando toda su ropa, todo su equipaje, sin llevar mas que lo puesto?

—¡Mentira! rugió, soltando una sentencia formidable porqué empezaba á comprender lo que sucedia.

Y empezó á abrir los baúles uno á uno, notando inmediatamente toda la ropa que de ellos faltaba.

Pero al notar la falta del baúl mas chico, donde indudablemente Anita habia puesto todo lo que faltaba en los grandes, volvió á creer en la posibilidad del viaje; tal vez se hubiera ido realmente á Montevideo.

Pero esto no podia haberlo hecho sola.

¿Qué sabia Anita dónde estaban las agencias de vapores, ni el embarcadero, ni nada de esto?

Indudablemente Anita habia sido ayudada por algun comedido, y esto era lo que mortificaba el amor de Lanza, porqué le demostraba que Anita no solo huia de él, sinó que huia con otro á quien amaba.

Y este otro debia de ser una persona rica, puesto que le hacia dejar toda su ropa para comprarle sin duda otra mejor.

En el primer momento Lanza sintió deseos de llorar, y lloró amargamente.

Se veia abandonado por una mujer á quien queria con idolatría y por la que habia hecho grandes sacrificios, tales como romper con doña Emilia á cuyo lado tenia una fortuna segura.

La rábia volvió á reemplazar el dolor, y Lanza secó los ojos con un movimiento nervioso, diciendo:

—Es preciso buscarla y tomar algun desquite, porqué si nó, creo que voy á reventar.

Y se dirigió al cuarto de las vecinas, como si nada supiera, á recoger algunos datos.

Estas vecinas eran una vieja francesa que vivia con su nuera, francesa tambien, planchadoras de oficio ambas, con quienes Anita tenia amistad de vecinos.