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siendo el blanco de la mirada de los curiosos, hasta que, desapareciendo el cansancio, siguió en direccion á su casa, ya mas tranquilo aparentemente, pues en realidad su angustia y su pena eran cada vez mayores.

Es que el pobre habia concluido por enfermarse, tenia mucha fiebre y un desaliento imponderable.

Entró á su casa y sin sacarse siquiera el sombrero, se tendió en la cama vencido por el dolor y el cansancio.

Comprendia que en sus condiciones actuales, no habia lucha posible entre él y aquel jóven rico y de posicion social.

No le quedaria mas recurso que la venganza personal, pero ¿dónde podia encontrarlo, para tener siquiera el placer de darle un puñetazo?

A las doce fuéron á llevar el almuerzo para Anita, y esto renovó su tristeza y su desesperacion.

Y aquel almuerzo quedó tan intacto como la comida del dia anterior, porqué Lanza no tenia deseos, no tenia voluntad de otra cosa que de llorar.

Y estuvo llorando y pensando todo el dia en su amante, sin tener siquiera el consuelo triste del sueño, pues aunque en la noche anterior no habia reposado un momento, no podia dormir.

Sus patrones le habian pedído la volanta para las dos de la tarde de aquel dia, pero ni siquiera pensó en ir á prepararla.

Perdida para él Anita, ¿qué le importaba el resto del mundo?

Nada, absolutamente nada.

Solo pensaba en Anita y en que podia ser muy bien que aquel dia viniera á buscar el resto de los baúles, averiguando por el individuo que vinieran donde estaba su amante.

Pero el dia pasó como habia pasado la mañana y la noche anterior.

Nadie apareció por allí.

Cuando fuéron á llevar la comida, Lanza dijo al mozo que no le llevara mas comida hasta que él no avisase, porqué la señora habia ido á pasar unos dias al campo, porqué estaba enferma.

A la tarde, el físico sucumbió naturalmente á las emociones sufridas.

El sueño pudo mas que toda voluntad, y Lanza se durmió pesadamente.

Estaba débil por la falta de alimento y era el sueño lo único que podia hacerle recobrar las fuerzas perdidas.

Cuando despertó habia amanecido el dia siguiente.

Lanza se lavó como el anterior, se mudó camisa y salió tomando la calle de Santa-Fé; era muy temprano y tenia esperanza de ver el cupé del dia anterior.

Probablemente era aquella la hora en que el jóven regresaba de la casa donde estaba Anita, pues á la altura de la estacion Centro América, volvió á encontrar el cupé del dia anterior.

Lanza se echó al medio de la calle sin darse cuenta de lo que hacia, y con los brazos abiertos intentó detener la marcha de los briosos caballos.