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esperanza de tenerlo, sin dinero mas que para pasar algunos dias y con el desencanto natural de tanta desventura.

No se encontraba por lo visto en Buenos Aires el dinero con la facilidad que decian en Europa.

La vida era fácil, sumamente fácil, pero la fortuna no se hallaba así no mas á dos tirones.

Lanza acudió á los diarios como la vez anterior, y empezó á buscar una colocacion.

Pero solo halló colocacion de cochero ó mozo de hotel, colocaciones que lo halagaban muy poco.

La servidumbre tenia el peligro de hacerse conocer como tal y perderse por consiguiénte para otros negocios provechosos que podian venir.

Lanza, ántes que volver á conchabarse, resolvió esperar.

Las francesas no eran para él una carga, porqué eran gente de trabajo habituada á todo y que no pretendian ni el lujo ni la holganza.

Si no hubiera sido así, Lanza las hubiera echado con la música á otra parte.

Con una ó dos invitaciones por semana al teatro francés, quedaban tan reconocidas como si les hubiera dado una fortuna.

Lanza habia aprovechado aquellos dias de holganza y de libertad, en frecuentar sus antiguas relaciones, por lo que pudiera suceder en el porvenir.

Su ropa se encontraba en perfecto estado, y queria aprovechar bien esta circunstancia.

Si alguna vez llegaba á realizar sus sueños de negociante en gran escala, aquellas relaciones debian serle muy útiles y era preciso conservarlas á toda costa.

Y aunque tratando de gastar poco y conservar en lo posible su apariencia de riqueza, con ellas comia y con ellas parrandeaba noche á noche.

En la esperanza de hallar alguna otra desventurada doña Emilia, él recorria los casinos que tanto abundaban entónces en Buenos Aires y hacia á sus dueñas el amor por lo fino.

Pero para esta clase de empresas de seduccion se necesitaba un capital que Lanza no tenia y que permitiese siquiera pagar todas las noches un par de botellas de vino de champagne.

¿Qué dueña de casino se iba á dejar seducir así á dos tirones, nada mas que por las buenas apariencias y mejores intenciones?

Y Lanza se convenció que, sin cierto capital para cubrir las apariencias, no hallaria una doña Emilia como él la buscaba.

Y sus recursos se iban agotando rápidamente sin haber conseguido nada.

Fué entónces que recurrió á los avisos de los diarios, en completo estado de desesperacion.

Lanza empezó á disfrutar así del poco dinero que tenia.

Habia trabajado mucho aquel último tiempo y su espíritu necesitaba descanso.

Lanza acudió, en sus paseos y andanzas, á todos los parajes donde podia hallar á Anita, pero no la volvió á ver mas.