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especulaciones á que estos se prestaban, y hasta tenia pensados mil otros negocios en los que la casa no especulaba, porqué le sobraba trabajo.

Ascendiendo poco á poco, Lanza habia llegado hasta recibir el dinero para los giros, siendo sus apuntes y operaciones tan claras, que podian verse al primer golpe de vista, con solo mirar su libro que estaba siempre al dia.

En el negocio de las letras, él hacia sus pequeñas especulaciones por su cuenta, que le daban buenos resultados para sus entradas extraordinarias.

Daba por ejemplo dinero de ménos en cantidades gruesas que devolvia.

Si el cliente se apercibia y reclamaba, Lanza decia:

—Tenga paciencia, que cuando balancee la caja á la tarde, ha de aparecer de mas el dinero que le he dado de ménos.

Y como en el balance aparecia la suma, la restituia íntegramente.

Si el cliente no se apercibia, era una utilidad que ingresaba á sus fondos particulares.

Estos golpes no los repetia con demasiada frecuencia, pues la frecuencia era muy bien una delacion ó un alerta sospechoso dado á clientes y patron.

Solo lo hacia en las letras muy valiosas, en cuyo vuelto una falta de dinero podia muy bien disculparse, mas en los dias de mucho despacho.

Así, cuando alguno se presentaba al escritorio diciendo que el jóven le habia dado dinero de ménos, ni el reclamante ni nadie sospechaba que aquello pudiera ser intencional, ménos oyendo á Lanza que respondia muy tranquilamente:

—No digo que no, puede ser muy bien, porqué ni el Papa mismo es infalible, aunque pretenda serlo.

Tenga paciencia hasta la tarde en que balancee mi libro, él me dirá si me he equivocado en mi cuenta.

Y al practicar aquella operacion con la mayor tranquilidad, se le sentia exclamar:

—Decididamente soy un animal, un gran animal y merezco que me lo digan á cada momento.

Aquí está el dinero que he dado de ménos.

Y cuando volvia el cliente se lo devolvia propinándose los mas duros calificativos.

—No se trate así, amigo, le decia el cliente mortificado con aquella aparente afliccion, cuaiquiera se equivoca en una cuenta.

—Pero ese cualquiera es siempre un bruto, decia Lanza, y dá lugar á que se crea otra cosa.

Caprile tenia tal confianza en el jóven, que nunca revisaba su libro; era preciso que él se lo mostrase y lo obligara á verlo.

Por el lado del escritorio Lanza estaba asegurado y por el lado de los clientes mas aun, porqué estos le tenian una confianza ilimitada y creian como un evangelio lo que él les decia.

Habia entre ellos un napolitano muy desconfiado y tacaño, que en cuestiones de dinero no se tenía fé ni á sí mismo.