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aquella vida no convenia en manera alguna á un hombre sério como él, que tenia entre mano negocios de cierta magnitud, y que pensaba establecerse como banquero.

La pobre vieja, que estaba lo mas agena de este mundo á los proyectos del jóven, rompió á llorar de una manera conmovedora.

Una noticia como esa, dada así á quema ropa, tenia que producirle un efecto desastroso.

Porqué, como era natural, se figuró que Lanza le daba parte de su casamiento con alguna otra mujer cuya edad armonizaba con la de él y por eso habia tratado de endulzarle la píldora con aquella manifestacion de cariño que acababa de hacerle.

—Pero, ¿por qué lloras? preguntó Lanza afligido, sin comprender en el primer momento la causa de aquel dolor.

¿Por qué lloras, mi alma, cuando mi noticia debia haberte producido un placer inmenso?

¿O acaso no me quieres, y todos tus cariños habian sido fingidos?

¿Amas acaso á otro que vale para tí mas que yo?

Y le echó una mano al cuello abrazándola tiernamente.

—¡Ingrato, ingrato y bárbaro! exclamó la vieja soltando toda la fuerza de su llanto.

¡Me vienes á dar la noticia de que te casas, y no quieres que llore!

¿Me crees acaso una persona sin corazon, ó crees que mi edad madura me impide tener sentimientos y amor propio?

¿Quieres acaso que de puro placer me cemprometa á hacer el ajuar de tu novia?

—¡Tonta! ¡tonta celosa! exclamó Lanza al fin, comprendiendo la causa de aquella desesperacion y aquel llanto.

¿Cómo te figuras, despues de lo que te he dicho, que habia de venir á darte la noticia de que me caso con otra?

Es contigo, tonta, contigo con quien he resuelto casarme, porqué he comprendido que nadie ha de tener por mí el cariño que me profesas, y de que todas las cosas deben tener su compensacion en esta vida.

Es á tí, querida mia, á quien pienso hacer mi esposa, la compañera tierna y apasionada de mi existencia.

Al oir aquella manifestacion que no esperaba y que venia á ser un contraste tan poderoso con el dolor sentido un momento ántes, la pobre muger quedó aturdida, al extremo de no saber lo que le pasaba.

Su mirada se dilató como la de un loco en la contemplacion del jóven, se pasó la mano por la cabeza en ademan violento y como si dudara de su juicio, no supo que responder.

—¡Tú casarte conmigo, tú mi marido! exclamó al fin con voz entrecortada por la emocion; y se echó en los brazos del jóven, dominada completamente por la emocion que sentia.

—¿Y qué tiene de asombroso? preguntaba Lanza emocionado á su vez al ver que su tiro habia dado en el blanco.

Estoy persuadido de la fuerza de tu cariño, que vengo ob-