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y no quiso exigir una contestacion perentoria que creia no necesitar, pues esto podia dar á sospechar su apuro.

Y siguió hablando en el mismo sentido y haciendo planes de felicidad inmensa, hasta que se fuéron á recoger y se durmiéron, él mecido por la satisfaccion de haber logrado al fin su objeto, ella abrumada por sus cálculos y sus deducciones mortificantes.

La modista era una mujer de un criterio sumamente claro, sumamente razonable, é interesada como una judía.

Escarmentada en su propio pasado, tal vez por aventuras análogas, desde que sospechó el objeto positivo de aquel matrimonio, decidió no consentir en él.

Sin romper con Lanza ni darle á entender que habia penetrado en la causa de su proceder, podia muy bien renunciar al matrimonio, haciéndole creer que la misma pureza del amor que le tenia le hacia rechazar lo que era un verdadero sacrificio para él.

Así, cuando Lanza insistió al otro dia en su matrimonio, empezó ella á hacerle reflexiones en este sentido, concluyendo de esta manera:

—Para poseerme por completo no tienes necesidad de casarte, porqué es imposible quererte mas.

Necesitaria tener un corazon doble.

Por mi, para asegurar mi cariño, pora compensarlo, no tienes necesidad de casarte con una mujer que dentro de diez años podria ser tu abuela.

Esto es lo que me aterra, Lanza, haciéndome tener un miedo justo y razonable por mi porvenir.

Si ahora puedes quererme como lo dices y no lo dudo, no sucederá lo mismo en adelante, porqué no es natural, y es esto precisamente lo que me aterra.

Jóven y lleno de vida, dentro de diez años, te fastidiarias al lado de una vieja.

Otras mujeres jóvenes y bellas me disputarian tu amor, que tú les darias sin vacilar.

Yo entónces me convertiria para tí en un obstáculo insuperable y llegarias á odiarme y á desearme la muerte.

Esto es lo que me aterra, Lanza, de una manera invencible.

Así, en la situacion en que nos hallamos, yo nunca seré para tí un obstáculo insuperable y no podrás alimentar ódio para mí ni deseo de muerte.

De lástima tratarias de engañarme, y en último caso yo tendria un desencanto doloroso aunque previsto, pero como no sería nunca una carga odiosa para tí, no trocarias para mí tu amor en ódio.

No me caso pues, Lanza, en la seguridad de que así soy mas feliz.

Ese matrimonio que me rejuvenece de placer y de satisfaccion, sería el precio de mi felicidad futura.

Lanza quedó helado ante esta manera de raciocinar, convencido de que aquello no era mas que el disfraz de sus pensamientos verdaderos.