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Ese dia, en vez de irse á la Cruz de Malta, se fué á comer á otro hotel.

Queria estar solo para pensar en su bella conquista, que le llenaba la cabeza al extremo de no pensar en otra cosa.

Y el pobre Lanza se hacia las ilusiones mas extrañas respecto á aquella mujer cuya belleza lo habia dominado por completo.

—Si yo logro sacarla de allí y traerla conmigo, pensaba, vamos á ser felices.

Ella parece ser una muchacha buena, á pesar de la posicion equívoca en que está colocada, y no ha de vacilar en abandonar el casino para venirse conmigo.

Es preciso engañar á la patrona ante todo, para que no me haga oposicion, aunque un poco de oposicion siempre es buena, porqué una mujer cuando ve resistencia á sus deseos, se irrita y trata de vencerla por amor propio y por capricho.

Cuando Lanza concluyó de comer, con todo reposo para perder tiempo, se metió á una peluquería donde se acicaló y perfumó lo mejor que le fué posible.

Queria estar buen mozo y hacer el mejor efecto posible.

Aquella noche, por primera vez desde que lo conocia, faltó de lo de Cánepa á su visita diaria y se dirigió al casino, ávido de hablar con su bella, de imponerse de la vida que llevaba y hacerle sus honestas proposiciones.

La jóven lo esperaba, y esto pudo conocerlo Lanza desde el primer momento.

En cuanto entró en el casino, patrona y muchachas lo rodeáron, dándole el mas cariñoso tratamiento.

Es claro, un hombre que de buenas á primeras pagaba cuatro botellas de champagne por el solo placer de pagarlas y sin la menor necesidad, no podia ser recibido sinó con entusiasmo y muestras del mayor cariño.

Despues de estar un momento allí, el jóven vió que aquello no le convenia en manera alguna, porqué allí no podria lograr el objeto que lo habia llevado: hablar á solas con la jóven; ni le convenia comercialmente el ser visto por cuantos entraban, cuya atencion debia llamar su exterior sumamente paquete.

En el casino habia tres ó cuatro muchachas mas que no vió de dia, y la concurrencia era bastante numerosa, estando casi todas las mesas llenas.

Así es que llamando á la patrona le hizo una manifestacion de sus temores, tratándola de ganar para el lado del interés.

—Yo quisiera, le dijo, destripar unas cuantas botellas de champagne con esta jóven que tanto me interesa, pero no me conviene permanecer aquí porqué todo el mundo me vé, lo que puede perjudicarme en mis asuntos.

Si me permite pasar á alguna pieza interior donde pueda estar solo, se lo agradaceré.

—¿Y cómo no? respondió la patrona deslumbrada ante la frase del champagne; tiene usted mucha razon; llévalo, llévalo Luisa á tu pieza.