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Lanza vió el cielo abierto delante de sí, y siguió á Luisa á su pieza despues de decir á la patrona:

—Mándenos cuatro botellas de champagne, y espero que la clientela no le impedirá venir á beber unas copas.

La oportunidad no podia ser mas soberbia.

Como en el casino habia mucha clientela, la patrona no podria abandonar el despacho y ellos podrían estar tranquilos y conversar en absoluta libertad, que era lo que él queria.

Pero Lanza no contaba con la avaricia de la patrona, que debia ser la causa de su tormento aquella noche.

Lanza se encontró en la pieza de Luisa, y el aspecto de esta le corroboró su modo de pensar respecto á la jóven.

Todo estaba allí en el mayor órden y arreglo, todo era correcto y decente.

—Me asombra, le dijo Lanza sentándola á su lado, me asombra encontrarte aquí, donde todo lo que te rodea hace contigo un poderoso contraste.

Tú no eres lo que pareces indudablemente, y si yo no me equivoco, este sitio no es para tí.

—Gracias por haberme comprendido, respondió tristemente la jóven.

Yo estoy aquí en completo goce de mi libertad y sirviendo únicamente de atraccion á la gente, porqué han dado en decir que soy hermosa, nada mas.

Hago lo que quiero y no estoy obligada á complacencia de ningun género con los clientes.

¡Qué hemos de hacer! es preciso buscarse la vida de algun modo y el sueldo que por esto me pagan llena mis necesidades.

Lanza vió con placer infinito que no se habia equivocado y que Luisa no estaba allí en la condicion de las demas mujeres del casino.

Iba á contestar, pero en aquel momento se presentó la misma patrona trayendo las cuatro botellas de champagne y Lanza tuvo que tragarse la frase amorosa próxima á salir de sus lábios.

La patrona abrió las botellas, se sirvió una copa lleno y se retiró despues de apurarla plácidamente, diciendo á Lanza que la disculpara, pues tenia que atender á los demas clientes.

—Anda y no vuelvas en tu vida, pensó Lanza, feliz de volver á quedar solo con su Luisa.

—Desearia saber tu historia, le dijo, porqué debe ser triste é interesante.

—Mi historia es larga y penosa; muy larga y muy penosa.

Yo vine á América á vivir con parientes cercanos y respectables, pero nuestro génio era distinto, bien pronto rompimos, y en un momento de rábia me fuí de su casa.

Me encontré en media calle, sola y desamparada.

¿Qué podia hacer en situacion semejante?

Tomé el primer empleo que se me presentó en esta casa, y no me arrepiento, puesto que él me proporciona al fin conocer á un hombre que se apiada de mí.