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Con un millon de duros y haberlos empleado en créditos del gobierno, en un año habria levantado una fortuna colosal.

—No importa, pensó, piano piano si va lontano é sano, ya descubriremos vetas mejores.

Lanza enderezó al Hotel Washington, cuyo exterior lo encantó por completo.

Aquel famoso hotel, teatro de mas de una aventura grotesca y cómica, estaba situado en un recodo de la ciudad.

Aquello, por la noche era solitario, al extremo de que solo pasaban por allí las personas que al hotel se dirigian en busca de sus mas famosas aventuras.

Montevideo no estaba entónces tan desprovisto de diversiones.

Estaba allí el Alcázar en todo su apogeo.

Acababa de debutar la Rosse Marie y allí puede decirse que caia de noche todo Montevideo alegre y bullicioso, que se desparramaba por toda la ciudad, invadiendo las casas donde sé da de cenar.

¡Un Alcázar lírico en América! no se esperaba Lanza semejante espectáculo.

Si el exterior del Hotel Washington, por su soledad lo habia encantado, no le sucedió lo mismo con su interior.

Aquello era un covachon espantable, en cuyas escaleras temblantes y desportilladas daba tentaciones de sacar el revólver por temor de encontrarse con un Juan Palomo.

Las ratas pasaban por pisos y escaleras dando chillidos, como una invasion de indios; los pisos de las piezas, á consecuencia de sus portillos parecian pedazos robados á nuestro antiguo muelle de pasajeros.

No hay hoy nada comparable al Hotel Washington, de feliz memoria, ni la misma fonda y posada del Descubridor Colon, actual fonda de Pavon.

En honor del precio que se cobraba por la pension diaria, Carlo Lanza se resolvió á ser cliente de aquella gatera, haciéndose conducir á la pieza que le habia sido destinada.

La primera noche la pasó en vela.

El escándalo de aquellas enormes y desesperadas ratas por un lado, y por otro el temor de ver asaltado su alojamiento de un momento á otro, le hiciéron pasar la noche sin desnudarse siquiera y sentado sobre su equipaje, que podia muy bien ser objeto de la codicia de algun huésped importuno.

Decididamente esto no es para mí, pensaba, y mañana sigo viaje á Buenos Aires; aquí no voy á poder vivir ni un par de dias.

Al otro dia temprano, despues de asegurarse que su equipage no corria peligro de ser robado, Carlo Lanza se decidió á salir á dar un paseo y estudiar algo la ciudad y sobre todo sus habitantes.

Y se encontró con que no habia tal poblacion italiana como le habian hecho entender al principio.

La poblacion de Montevideo era en su mayoría española,