Página:Carlo Lanza - Eduardo Gutierrez.pdf/182

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido validada
— 182 —

No era necesario ser médico para comprender que aquella era una enfermedad de la mayor gravedad.

Y á pesar de los prolijos cuidados de la ciencia y del cariño, la enferma se fué empeorando visiblemente.

Al día siguiente la enfermedad se habia agravado tomando proporciones amenazadoras, y los médicos dijéron á mi padre delante de mi que aquel era un caso perdido y que debia apresurarse á tomar todas aquellas medidas del caso.

Mi padre no se atrevió á decir esto á su bella, limitándose á rodearla de sus mas cariñosos cuidados.

La cosa era tan grave que esa misma noche ella lo comprendió así, y llamándonos á su lado dijo á mi padre:

—Aunque nada me dicen, Luis, por no afligirme ó no asustarme, yo veo que estoy muy grave y siento que me voy á morir.

No me desespero, pero me duele profundamente este golpe que viene á arrancarme de entre mi mayor felicidad.

Confieso que ántes nada me hubiera importado morir, hoy lo siento profundamente.

Y la dama rompió á llorar de una manera desconsoladora.

En su palidez mortal estaba mas bella y mas simpática que nunca.

—Pero ¿por qué te afliges de esa manera? le preguntó mi padre bondadosamente.

Estás grave, sí, pero nada indica que puedas morir; los médicos que te asisten son muy buenos y nada de alarmante dicen aún.

—Pero yo siento que me muero y es inútil tratar de engañarme ya.

Yo tenia que hacer violentos esfuerzos para contener el llanto que se me saltaba á los ojos.

Mi padre me hizo entónces una seña para que me retirase de la habitacion, y yo me alejé apresuradamente para dar rienda suelta á mi llanto.

Mi padre quedó solo con la dama y permaneció con ella mucho tiempo.

Yo no sé qué habláron; estaba demasiado conmovida para pensar en cosa alguna.

Cuando mi padre volvió adonde yo estaba, me mandó volver al cuarto de la enferma.

—Consuélala, me dijo, me parece que le queda muy poco tiempo de vida.

Cuando yo volví á la pieza, la dama era presa de una inmensa fatiga.

Poco tiempo despues se calmó, pareció tranquilizarse mas, y tomándome una mano, me dijo:

—Ya lo ves, hija mia, yo me muero sin remedio, en vano me lo quiere ocultar tu padre, yo veo demasiado claro.

Es muy triste caso cuando la muerte nos sorprende en medio de la mayor felicidad.

Quiere mucho á tu padre, hija mia, quiérelo mucho, que él