Página:Carlo Lanza - Eduardo Gutierrez.pdf/183

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido validada
— 183 —

bien lo merece, y trata de mantener fijo en su memoria mi pobre recuerdo y que nadie ni nada pueda borrarlo.

Yo lloraba sin consuelo, nunca me habia encontrado en un momento tan terrible.

Y Luisa, retirando el plato que tenia por delante, bebió de un trago otra copa de oporto que le habia servido Lanza.

—No te aflijas, hija mia, continuó, me dijo la dama, no te aflijas, esto es natural, porqué yo he vivido ya demasiado.

En seguida le acometió una nueva fatiga, mas violenta que la primera y no pudo seguir hablando.

Sus ojos se revolvian entre las órbitas de una manera aterradora y su boca estaba entreabierta con una expresion de inmensa agonía.

Yo tenia un miedo tremendo, pero no me atrevia á separarme de aquel lecho de muerte.

Al cabo de un gran rato, regresó mi padre acompañado de los dos médicos que habian venido los dias anteriores y dos mas, que sin duda traian para la consulta.

Examináron á la enferma y sentí que uno de ellos decía á mi padre:

—Bueno, amigo, ya la ciencia no tiene nada que hacer aqui, es preciso tener valor, y endulzarle en lo posible sus últimos momentos.

Mi padre estaba envuelto en una expresion de espanto doloroso.

Se veia claramente que tenia por aquella mujer un cariño inmenso.

Me dijo que me quedase allí otro poco y salió con los médicos inmediatamente.

Yo me quedé allí mas aterrada que nunca.

El cuerpo de aquella mujer se iba enfriando rápidamente y ya la mano que tenia entre las mias parecia una mano de mármol.

Iba á disparar de allí aterrada, cuando entró mí padre, esta vez acompañado de un sacerdote.

Habia llegado el momento tremendo.

Yo salí de la pieza llorando amargamente, y poco despues salió tambien mi padre.

La señora quedaba sola con el sacerdote, pero sin uso de razon ni de palabra.

Pocos, muy pocos momentos despues, se sintió en la habitacion donde estábamos el murmullo del sacerdote que oraba.

Era pues indudable que la enferma habia muerto.

Yo no pude contenerme ya, y vencida por el espanto, caí de rodillas y oré tambien.

No me habia equivocado, pues momentos despues apareció el sacerdote y dijo reposadamente á mi padre:

—Ya no hay nada que hacer con ella; está descansando las fatigas de la vida.

Queriendo arrancarme á aquel triste cuadro, mi padre volvió á casa acompañándome.